sábado, 31 de diciembre de 2011

Carta abierta al 2011

Recuerdo haber empezado el año en la guardia médica debido a una violenta indigestión. Simbólicamente ha sido profético, fue de los años más inestables que me tocó vivir. Personas que llegaron, personas que se fueron y personas que se habían ido y volvieron. Algunas fueron una fuente inagotable de felicidad, otras una fuente inagotable de sufrimiento. Y en esta vorágine de sentimientos encontrados se viven experiencias que vislumbran nuevas sensaciones y en consecuencia nuevas formas de ver y desenvolverse en la vida. Vivir con la certeza de que siempre habrá algo nuevo por conocer. Vivir y no perder la capacidad de sorprenderse. Disfrutar y sufrir, porque sin contrastes no podríamos apreciar ninguna emoción.

Y evocando el clásico dilema de la dualidad del peso y la levedad, hoy más que nunca creo que elegir el peso es elegir llevar una vida rebosante de pasiones e inquietudes. Es movernos en el mundo dejando huellas en personas, lugares, recuerdos. Es lograr triunfar sobre el tiempo. La única forma de ser inmortales.

Para finalizar les confieso que no puedo dejar de sentir una suerte de curiosidad por saber que pasará por mi cabeza cuando esté escribiendo la carta abierta correspondiente al 2012. En efecto es la expectativa a todas las cosas que sucederán a lo largo del año. Y reiterando el “vivan y no pierdan la capacidad de sorprenderse”, les deseo un intenso y apasionante 2012 (con alguna que otra semanita de levedad cual vacaciones).


Canción alusiva: Frank Sinatra, The best is yet to come (Lo mejor está por venir)



martes, 27 de diciembre de 2011

Sobre los delitos involuntarios

Desde hace días que en mi casa faltan cuchillos. Hemos revisado por cada recoveco de la cocina y su paradero sigue siendo un misterio. Tengo la sospecha de que algún ser sobrenatural, quizás en una suerte de fetichismo onírico por los cuchillos, nos visita por la noche llevándoselos impunemente.

Ayer, luego de una lamentable cena familiar en la cual tuvimos que compartir cubiertos debido a su eminente escasez, decidí dejar de esperar a que el mágico ser tuviera la ética y moral para devolver los utensilios hurtados y me propuse salir a reponerlos.

Así fue cómo hoy visité un bazar. Busqué el sector de los cuchillos y comencé el control de calidad, el cual consistió en tomar el cubierto en alto y realizar armoniosos movimientos al ritmo de la Obertura 1812  –mientras que el repositor me observaba pensando “estás comprando un cuchillo, no la espada Excalibur”-. Una vez encontrado el utensilio ideal, que se adapte tanto a las piezas Tchaicovsky como a las carnes al horno, me dirigí a la caja con tres unidades del producto en cuestión. Orgullosa y triunfal portaba mis nuevas adquisiciones con su esplendoroso filo hacia afuera cuando al toparme con la joven cajera ésta me miró aterrorizaba. Al principio no entendía muy bien de qué se trataba, mas luego comprendí que la imagen de ver acercarse a una persona bailoteando con cuchillas no es de lo más reconfortante que a uno le pudiera suceder. Acto seguido lancé una sonora carcajada por lo hilarante de las circunstancias que lejos de amenizar los hechos acentuaron la expresión de terror de la pobre cajera. Automáticamente saqué el dinero de la cartera y se lo mostré para que se convenciera de que no se trababa de un asalto. No obstante su cara de espanto seguía intacta, evidentemente su imaginación excedió al simple ladrón de comercios para creer que estaba frente a una sátira de los filos o algo por el estilo. En otro intento por apaciguar la situación tomé un adorno navideño del mostrador que parecía ser tan simpático como inofensivo, pero al levantarlo en su totalidad descubro con sorpresa que se trataba de un sacacorchos temático, como para sumar al mix de armas blancas que involuntariamente parecía estar acumulando. El rostro de la asustadiza empleada desmejoraba notablemente por lo que me limité a poner el dinero justo sobre el mostrador al son de un “No me los envuelvas, felices fiestas” y hui sospechosamente del negocio aún con los cuchillos en la mano.

Quién sabe señores, quizás si hubiese asaltado el bazar ahora me estaría dando la gran vida. Sin embargo prefiero renunciar a los lujos del oficio maleante a fin de poder coleccionar pintorescas anécdotas como la que acabo de contarles.



viernes, 16 de diciembre de 2011

Resumen de mi paso por la costa en imágenes


Primer Día

"Voy a asolearme mientras tomo vodka en un coco."




Unas horas más tarde...


Resaca y combustión espontánea en plena sinergia. 

Satanás de vacaciones en mis tobillos.


Al día siguiente...






Daguerrotipo del viaje


Fin.-

martes, 6 de diciembre de 2011

El último final de la carrera

Recién vengo de dar el último final de mi carrera. De ahora en adelante podré dedicarme a realizar aquellas hazañas que desde hace años vengo dilatando.

-Leer Los Hermanos Karamazov en su idioma original.



- Tocar el estudio Nº 1 de Chopin.



- Cantar el aria de La Reina de la Noche de Mozart.



-Bailar la coda de El Lago de los Cisnes.




Nimiedades…








viernes, 2 de diciembre de 2011

Sobre cómo perdí un trabajo antes de empezarlo


En base a las últimas crónicas sobre el examen pre ocupacional habrán asumido correctamente que conseguí un trabajo. Pero en base al título de esta crónica habrán asumido también correctamente que lo perdí.
Para alivianar un poco los hechos me propuse contar la historia a través de videos que logren un aforismo audiovisual de la situación.


Me llamaron para un puesto en una editorial inglesa y automáticamente me emocioné y sentí que mi jornada laboral sería:



Respecto a la remuneración, sólo puedo decir que el equivalente musical era:



Y el puesto fue mío:



Luego vino el pre ocupacional (ya conocen la historia):




Y la sacada de la bandita:



Mas el martes por la mañana suena el teléfono, me llamaban de la empresa para avisarme que por el momento no podían tomarme:



Debido a:




Y de repente sentí que el destino me estaba:




Acto seguido:




Y más tarde:




Entonces mi vida volvió a ser la insoportable levedad del ser:




Finalizados los apoyos audiovisuales, debo decir que fue realmente curioso el hecho de que una media hora después de lo sucedido me hayan llamado de otras tres empresas para entrevistarme por puestos verdaderamente mejores. Definitivamente debo ser la única persona en el mundo que asciende laboralmente sin conseguir los trabajos en cuestión.



viernes, 25 de noviembre de 2011

Crónica de un examen pre ocupacional

De todos los inconvenientes psíquicos que me azotan día a día cabe destacar mi fobia a los asuntos médicos (debido a una negación con la mortalidad y el cuerpo humano) y una desarrollada fobia a las agujas. Ambos inconvenientes se tornan sinérgicos a la hora de un análisis de sangre, y es por eso que desde hace años evito tal situación.

Hoy me tocó hacer un examen pre ocupacional y por lo tanto tuve que enfrentarme con mis terrores supremos. Todo comenzó ayer cuando me dijeron que quedé seleccionada para el puesto y que mañana mismo debía hacerme el pre ocupacional. Lo bueno de la noticia fue que en su repentina manifestación no tuve tiempo de estar días angustiándome por la sacada de sangre y todo los cientos de temores que implica. 
Sin embargo, a principio de año, me realizaron otro examen pre ocupacional que me dejó menos traumatizada de lo que pensaba. Recuerdo que ese examen sí fue anunciado con anticipación y que pasé noches enteras sumida en un ataque de nervios -sin mencionar la noche previa en la cual cené temprano debido a las horas de ayuno y le pedí a mis padres que por las dudas hiciéramos una parodia de la última cena-.

Volviendo al presente, hoy desperté con cierto malestar debido al porvenir del análisis. Y este malestar era un malestar diferente al de la primera vez. Sentía terror por la sacada de sangre, pero era un terror amargo y sin emociones. Luego entendí que al tener el recuerdo fresco del último análisis, al cual evidentemente sobreviví, había perdido la expectativa vertiginosa de creer que iba a morir cuando me clavaran la aguja. Es decir, iba a pasar por una situación horrible en la cual ni siquiera podría sentir la adrenalina de la tragedia y la muerte.

Una vez en la empresa me hacen llenar unas hojas interminables sobre las enfermedades que pude haber tenido a lo largo mi vida. Entre las opciones de índole psicológica se encontraban nerviosismo, pesadillas y fobias. Con toda diplomacia me desentendí del asunto, aunque si hubiera encontrado un casillero con "Angustia Existencial" seguramente lo tildaba.
Acto seguido me dan el frasquito para el análisis de orina  y me dicen que una vez finiquitado el asunto lo deje en un estante junto a los otros. Automáticamente comencé a experimentar una desesperante invasión a la privacidad. Me preguntaba ¿Por qué tengo que dejar a la deriva algo tan íntimo como mi pis? En mi cabeza esta situación está al mismo nivel de una Idishe Mame revisando cajones. Me sentí mancillada e inicié el proceso de angustia.

Me senté en la sala de espera, saqué la biografía de Dostoievski de la cartera y me puse a leer el capítulo del exilio en Siberia para sentir que otros han pasado por situaciones peores. Más tarde empecé a confabular cuál de todos los consultorios sería el de análisis de sangre. Advertí que la gente del consultorio cuatro salía con una bandita en el brazo y que por lo tanto ésa debía ser la sala de torturas. En consecuencia comencé a prestar atención a la extraccionista cada vez que llamaba a alguien, quería saber quién sería mi verdugo. Estaba plenamente concentrada en ese avistaje hasta que un muchacho se aparece a mi derecha gritando "D'Angelo". Lo sigo y al entrar a la sala me dice que cuelgue mis cosas y apoye el brazo en la silla.

Mi cerebro explotó.

Evidentemente era otro extraccionista que había llegado a mi vida sin avisar. Estaba desesperada, tanta libido desplazada a la idea de determinado consultorio y determinada persona para nada. No tuve tiempo de prepararme psíquicamente y mis nervios estaban indomables. El sujeto en cuestión percibió mi inquietud y me dijo que me calme, respire profundo y que por todas las entidades sagradas del universo ni se me ocurra mirar la aguja. Me puso la gomita para presionar, me deslizo el algodón con alcohol y la cantidad de cosas que iban sucediendo en mi brazo eran inversamente proporcionales a mi presión arterial.

Cerré los ojos, apreté el puño y el verdugo dio pasó a su gracia. Extrañamente fue una extracción notablemente más extensa que la de la primera vez. Pasé unos segundos horribles en los cuales estaba despertando de mi profundo espanto y aun tenía la aguja clavada en la vena.
Cuando creí que los vestigios de la primera explosión de mi cerebro también iban a explotar el muchacho retiró la aguja y rápidamente me colocó la bandita con algodón. Me dijo que la sostuviera por un minuto y que trate de no levantar cosas pesadas por otros cinco minutos más.

Salí del consultorio con el brazo completamente rígido presionando esa bandita como si el mundo entero pudiera escaparse de mi vena. Asimismo no quería que nada me rozara el brazo por lo que fui acercándome a mi silla tratando de mantener un radio de distancia excesivamente prudente con cualquier objeto o ser humano.
Me senté, respiré y me dejé llevar por la embriagadora sensación posterior a un ataque de pánico. Intenté continuar con el exilio en Siberia pero al mover el brazo para sacar el libro de la cartera se desestabilizó algo en el eje de toda mi salud. Empecé a experimentar ese característico ardor en la nuca que no es nada más ni nada menos que un bajón de presión en plena libertad de expresión. Traté de incorporarme y de salir de la sala a fin de ir a un quiosco a comprar algo con azúcar cuando al bajar las escaleras los mareos comenzaron  a incrementarse. Me senté en un escalón pensando que salir a la calle en ese estado podría ser suicida y que lo mejor sería volver arriba con los médicos.

Entonces me levanté de las escaleras y naturalmente desmayé.

La inconciencia fue muy breve, enseguida apareció un enfermero para ayudarme, el cual en mi desentendimiento con la realidad no era más que un duende mágico que me hizo levitar hasta una camilla.
Una vez arriba devoré un sobre de azúcar como si fuera el Santo Grial en polvo, y junto al aire acondicionado y la cercanía de los médicos pude volver al mundo real.

Ya recuperada me tocó hacer el electrocardiograma y la toma de presión. Entonces los vestigios de los vestigios de mi cerebro explotaron una vez más debido a los pésimos resultados que arrojarían tales estudios en mi estado. Le comenté la situación a la doctora y respondió que no habría ningún problema, hasta que saca el aparato para tomar la presión y... me lo pone en el brazo de la extracción. 
EN EL BRAZO DE LA EXTRACCIÓN. EN ESE BRAZO. ÉSE.

Ya no me quedaban vestigios de cerebro por hacer explotar, sólo sentí que mi cuerpo entero, y en especial mi brazo, entraría en combustión espontánea. Tanto esfuerzo y constancia sosteniéndome la bandita y cuidando que ninguna entidad me roce el brazo para que ahora me coloquen una bomba del tiempo.
Superada por el destino simplemente entregué mi brazo al averno y me dispuse a sufrir en silencio. Mas luego llegó el momento del electrocardiograma que dadas las emociones violentas recientemente experimentadas parecía imprimir una vorágine de zig zags frenéticos.

Mi acogedora estadía terminó con el examen médico general, el cual consistía en diversas preguntas sobre mis hábitos de vida y un vistazo general a mi cuerpo. Estaba tan exhausta que realmente me cuesta recordar lo que respondí. Sólo quería irme a casa para morirme sola y llena de gatos y no en un consultorio.


Finalizada la tortura salí de la empresa y mi cerebro y yo comenzamos a sentirnos súbitamente mejor. Solamente había un problema: La bandita.
Subí al 45 protegiendo mi brazo cual reliquia milenaria y me senté sola en el fondo evitando cualquier contacto. Traté de seguir con la lectura del exilio en Siberia y cabe destacar lo tedioso que es leer un libro con una sola mano.

Por fin llegué a casa y en las seguridades de mi hogar comencé a sentir la confianza para mover el brazo nuevamente. Unas horas más tarde ya nada de todo esto parecía afectarme excepto por el hecho de...REMOVER LA BANDITA (léase con letras sangrientas).

Y aquí estoy señores, haciéndome a la idea de tener esta bandita por el resto de mi vida. Imaginando bodas y nacimientos con su eterna presencia. Y es que prefiero ser enterrada con ella antes de animarme a removerla.



  

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El mejor amor

Una vez me enamoré de un artista. Luego conocí al hombre y también me enamoré de él.

El destino parece injusto y sin embargo es prudente: debía elegir. Sacrificar al artista y quedarme con el hombre o negar al hombre para seguir amando al artista.  
Pero los límites escapan a la naturaleza del amor y fui demasiado ambiciosa. Decidí amar a los dos. Y es que algunos placeres inevitablemente son mundanos, y aunque primero haya sido embelesada por el artista no pude conformarme amando únicamente lo abstracto. Necesité amar también al hombre, y por conseguir su amor aposté lo más valioso: su arte.

Aún no puedo distinguir si está el hombre y detrás el artista o el artista y detrás el hombre.  Nunca sabré si lo amo por ser la encarnación de su arte o el creador. Sólo sé que ambos son uno, y por ése siento el mejor amor.

La realidad se convierte en poesía y la poesía se hace realidad.  Y me deslumbra saber y sentir, que sus manos acarician las teclas de un piano y mi piel, que sus palabras invaden las hojas de un libro y mi mente, que su esencia de artista se apodera de mi alma y no es sólo una evocación, porque el hombre que habita en este mundo tiene un rostro y un nombre.  

Amo al hombre y al artista. Y aunque el hombre es efímero será su arte inmortal…  y mi condena: Ser prisionera de esa inmortalidad y amarlo eternamente.





lunes, 7 de noviembre de 2011

Neuras Nuevas

La reina de lo simbólico finalizó su carrera universitaria y fue despedida de su trabajo en menos de 24 hs.
Con mi rutina laboral y académica desmoronada soy la materialización de la angustia existencial. Vayamos a la historia.

Empecé a trabajar en marzo y dados mis vertiginosos ascensos comencé a sentirme el protagonista de American Psycho. Desplacé por completo mi accionar introspectivo y me entregué a un frenesí de lecturas de catálogos de Farmacity al son del último CD de Lady Gaga. No voy a negarlo, fui muy feliz viviendo unos meses en la insoportable levedad del ser. Estaba fascinada con el dinero, el ámbito empresarial y el embriagador placer de los gastos inútiles -en especial si consistían en algo de leopardo-. Sin embargo no pude pasar mucho más tiempo en esa atmósfera digna del ser y la nada,  mi proclividad existencial es tan genuina que llevar una vida así me generaba una verdadera inconsistencia interna. Poco a poco comencé a cambiar la lista de reproducción de Lady Gaga del mp3 por Chopin y Liszt -y ni hablar de cuando se sumó Silvio Rodríguez-. Asimismo  dejé los catálogos de Farmacity por Camus y Proust, entonces mi hora de viaje para llegar al trabajo se convirtió en el existencia-hour del transporte público. Entraba a la empresa con una angustia insuperable, no había forma de concentrarme en el marketing cuando hay tantas otras cosas más valiosas en el mundo. ¿Cómo puedo generar una estrategia de ventas cuando la vida es un rumbo incierto y fugaz? ¿Cómo voy a llegar a un cliente si no puedo alcanzar la verdad absoluta que es el eje de mi existencia toda?

Este renacimiento introspectivo comenzó a hacerse notar cuando mi jefe pasaba por al lado de mi computadora  y tenía que minimizar súbitamente la ventana con fragmentos de Sartre para abrir el sistema de base de datos. O también cuando me encerraba en el baño durante largos minutos a escribir sonetos y reflexionar sobre el sentido de la vida. Es entendible que al haber pasado un tiempo reprimiendo mi esencia ésta termine desbordándose.  

He llegado a pasar unas semanas en el vórtice de la locura, mi angustia ante el universo y trabajar en marketing eran conceptos incompatibles. Debía encontrar el equilibrio o de lo contrario sacrificar la actividad laboral o el temperamento introspectivo.  Buscando una solución a tal encrucijada comencé a tomar conciencia de que en unas pocas semanas terminaría mi carrera y que por lo tanto tendría suficiente tiempo libre para empezar a realizar actividades que alimenten mi ser anacoreta. Entonces de 14 a 19 hs. podría ser una yuppie, y luego de las 19 dedicarme a cultivar mi espíritu. Era un plan perfecto.

Con aires de grandeza y entusiasmo se acercaba la última semana de facultad. Para entonces ya había estado proyectando distintas tertulias introspectivas para mi nuevo tiempo libre y poco a poco dejaba de sentir ese malestar cuando tenía que estar en la empresa.
 Y por fin llega el jueves 3 de noviembre, último día en el que debía asistir a la Universidad. Caminé melancólicamente por la Plaza Dorrego de San Telmo, la cual fue mi bello refugio en cuatro años de recreos solitarios, me detuve en un puesto de libros antiguos y compre una edición de poemas de Ruben Darío como el cierre más lírico y simbólico a esta etapa de mi vida.
De vuelta en el 45, lloriqueando al ritmo de “La juventud se va” de Sandro, pensaba que si bien terminar una carrera es un motivo de alegría no podía dejar de sentirme melancólica y desorientada al respecto. El estudio es de los hechos más trascendentales de la vida y uno siempre fue siguiendo una línea estructurada desde jardín, escuela primaria, secundaria, Universidad y… ¿ahora qué? Todavía no lo sé, seguramente es tiempo de volcar todos estos años de estudio para forjar una majestuosa carrera profesional.

Y así al otro día desperté, luego de un sueño reparador, proyectando toda mi libido en el trabajo. Con un ímpetu resplandeciente y vigoroso llego a la empresa con más ganas trabajar que nunca, y a que no saben qué pasó: Me despidieron. Recorte de personal, nada personal, fue todo en perfecta y absoluta armonía.

Ahora sí, ¿ahora qué?


En este sencillo y emotivo acto reinauguro mi blog. Están todos invitados a leer las peripecias existenciales que me invaden día a día y que, sin trabajo y sin facultad, se intensificarán hasta el más absurdo y surrealista de los límites.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cada Invierno

“Cada invierno mis sentidos se hielan para dar paso al más profundo despertar introspectivo.
 Cada invierno siembro pensamientos únicos; semillas que florecen para convertirse en las flores del mal.
 Tan bellas y perniciosas, me arrojan al horizonte entre el cinismo y la ilusión.

 Pero culmina el invierno y son mis sentidos que despiertan.
 Sienten el perfume de las flores del mal, pensamientos de un invernal anacoreta.
 El cinismo los aplaca y la ilusión los desvela.
 Hacerlos reales sin volverlos mundanos será mi proeza.“


No me gusta publicar cosas “serias” -por llamarlas de alguna forma- debido a que suelen provocar la sensación de creerse más de lo que son. Al margen, mi tendencia a la excesiva abstracción cuando se trata de escribir con tintes líricos hace a la pérdida del poco sentido que ya de por sí tienen mis pensamientos.
En definitiva, me siento mal derrochando adjetivos sin sentido que para colmo tienen falsos aires de grandeza.

Hoy hice una excepción. Este fragmento fue consecuencia espontánea de mi despedida mental del invierno –que, como sucede generalmente con cada cosa que pienso, se manifestó en el transporte público-.

Más adelante –si es que Baudelaire aún no me demandó desde el más allá- escribiré la “Oda a las flores del mal”, basada en las peripecias primaverales de un alérgico.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Sobre los próximos estrenos de terror

Uno de mis pasatiempos mensuales preferidos es ponerme a leer sinopsis de películas que aún no se estrenaron.
Consternada por las insulsas y genéricas tramas de los films de género terror que se vienen, he decidido sintetizar todas las sinopsis en una sola.

Así que ahórrese dinero, tiempo e ilusiones y lea en cinco minutos las tramas de trece películas que no valdría la pena ver.

"En su último año de la escuela secundaria, Charlie Brewster parece finalmente haber alcanzado todos sus objetivos: es uno de los estudiantes más populares y está de novio con la chica más codiciada de todo el colegio. De hecho, se siente tan reconocido que ha comenzado a dejar de lado a su mejor amigo.
Pero las cosas se complican cuando Jerry se muda al lado de su casa. Al principio, su nuevo vecino parece genial, pero con el correr de los días, algo en su comportamiento resulta raro. Desafortunadamente, nadie, ni siquiera la madre de Charlie, percibe nada.
Después de observar que en la casa de al lado pasan cosas extrañas, Charlie llega a una ineludible conclusión: Jerry es un vampiro que se sirve del vecindario para cazar sus presas.
Por lo tanto Charlie y su familia deciden cambiar de vecindario. Sin embargo,  poco después de mudarse a su nueva casa, se enteran de un brutal crimen cometido contra los antiguos residentes de la vivienda. Entonces terminan por contratar a un equipo de parapsicólogos para que averigüen los fenómenos extraños que ocurren en su hogar.
Pasan los años y Charlie finaliza sus estudios universitarios en biología molecular para comenzar a trabajar en un sitio de investigación ubicado en la Antártida, en el cual el descubrimiento de una nave extraterrestre lleva a una confrontación entre el recién graduado y el científico Dr. Sander Halvorson.
Mientras que el Dr. Halvorson mantiene su investigación, Charlie se une a Sam Carter, un piloto de helicóptero, para perseguir a los extraterrestres.
Por otro lado estos extraterrestres son los mismos que aterrorizan a una joven familia en el sur rural y hacen que un grupo de adolescentes de Rusia luche por sobrevivir luego de una invasión alienígena.
Mientras tanto en la misteriosa Área 51, cada 5 de diciembre, un sacerdote asesino se encarga de secuestrar y matar niños cuando hay luna llena. Para detenerlo la gente del pueblo convoca a Johnny Blaze, quien no pudo asistir debido a que estaba muy ocupado escondiéndose en Europa del Este para detener al mismísimo diablo que está intentando adoptar una forma humana.
En última instancia los habitantes intentan llamar a Hansel y Gretel, quienes 15 años después de su incidente en la casa de jengibre, se han convertido en cazadores de recompensas y su objetivo principal son las brujas. Sin embargo llegan demasiado tarde y en consecuencia  John Carter, un veterano de la Guerra Civil Americana que solía ocultarse en unas cuevas para evitar ser capturado por los indios Apaches, es raptado por los alienígenas y abandonado en Marte.
Allí descubre un planeta lleno de diversa y exuberante vida, cuyos principales habitantes son criaturas verdes de 4 metros de altura.  Al verse un prisionero de estas criaturas, se escapa, sólo para encontrarse con Dejah Thoris, Princesa de Helio, que está en necesidad desesperada de un salvador."




Participaron de esta sinopsis:
Principio del formulario
DETRÁS DE LAS PAREDES - NOCHE DE MIEDO - THE THING – SAINT -EL PRECIO DEL MAÑANA - THE HAUTING IN GEORGIA -THE DARKEST HOUT – EMERGO - JOURNEY 2 - AREA 51 - GHOST RIDER - HANSEL Y GRETEL - JONH CARTER

domingo, 4 de septiembre de 2011

Terminar el domingo viendo El Séptimo Sello como paradigma de la angustia existencial

  • (Diálogo entre Antonius Block y La Muerte en el confesionario)
— Quiero confesarme y no sé qué decir. Mi corazón está vacío. El vacío es como un espejo delante de mi rostro. Me veo a mí mismo y, al contemplarlo, siento un profundo desprecio de mi ser. Por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas me he alejado de la sociedad en que viví. Ahora habito un mundo de fantasmas. Prisionero de fantasías y ensueños.
— Y, a pesar de todo, no quiere morir.
— Sí, sí quiero.
— Entonces, ¿qué espera?
— Saber qué hay después.
— Busca garantías.
— Llámelo como quiera. ¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con los sentidos? ¿Por qué escondernos en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos. ¿Cómo vamos a fiarnos de los creyentes? ¿Qué va a ser de los que queremos creer y no podemos? ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? ¿Por qué me acompaña humilde, a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo una realidad, que se burla de mí y de la que no me puedo liberar? ¿Me escucha?
— Lo escucho.
— Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro y me hable.
— Pero continúa en silencio.
— Clamo a él en las tinieblas y nadie contesta a mis clamores.
— Tal vez no haya nadie.
— Entonces la vida no tendría sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que camina hacia la nada.
— La mayoría de la gente no piensa en la muerte ni en la nada.
— Un día, llegan al borde de la vida y deben enfrentarse a las tinieblas.
— Sí. Y cuando llegan...
— Calle. Sé lo que va a decir. Que el miedo nos hace crear una imagen salvadora. Y esa imagen es lo que llamamos Dios.

domingo, 20 de marzo de 2011

¡Cuidado, dentista suelto!

Desde hace unos meses he notado esta creciente tendencia de publicidades de productos para el cuidado bucal con dentistas invasivos. Generalmente las publicidades testimoniales -en especial cuando tratan de un producto para la salud- hacen uso de un profesional que apoya y garantiza los beneficios del producto en cuestión. Y de más está decir que no hay profesional más sobrio y solemne que un doctor. Una cita de autoridad de un doctor es una cita sensata y respetable.

Una noche de primavera me encontraba en la cama mirando televisión mientras intentaba colmar mi nariz de Dexalergin cuando vi la primera de estas publicidades: Una señorita jovial y agradable estaba en un probador de ropa hasta que una muchedumbre de periodistas repletos de cámaras y micrófonos entran a gran velocidad liderados por una feroz dentista que le pregunta en tono brusco y voraz “¿Tus dientes están sanos?”. Acto seguido la señorita en cuestión no entendía nada, responde que cree que sí están limpios pero la dentista le hace notar que está equivocada, por lo tanto saca milagrosamente el producto de algún agujero negro invisible que levita por el probador, se lo entrega y todos se retiran con la misma violencia y rapidez con la que entraron. Voz en off del locutor anunciando la marca. Fin.

Bueno, ¿cuáles fueron los primeros pensamientos al respecto? Básicamente fue uno y es que me podría morir de un infarto si me llegara a pasar eso. Por empezar, ya de por si me genera conflictos el tema de los probadores. La simple voz de la vendedora a un metro de distancia de la cortina/puerta preguntándome cómo me queda la ropa me inquieta terriblemente. Ni hablar de cuando intentan pasarme otras prendas por arriba del probador, mi cabeza ve esa mano asomándose cual sombra del asesino de Psicosis en la ducha, sólo que en vez de un cuchillo tiene una remera. 
Aquí el problema puntual es la invasión. 
Si la amable empleada del local sin siquiera hacer acto de presencia en mi probador me provoca tal estrés imaginen lo que podría ser la sorpresiva aparición de esos periodistas junto a la dentista que encima cuestiona mi higiene bucal. Mientras no exista la teletransportación para mí la mejor forma de escapar de estos aprietos es la posición fetal.

Volviendo al hecho, me quedé varios días pensando en esta publicidad, evaluando con el ceño fruncido de atención cada vez que la repetían en alguna tanda. Me parecía un cortometraje de género terror, de hecho evité ir a comprar ropa por unas semanas tan sólo por no entrar a un probador. Por eso, como siempre afirmo, no hay lugar más seguro que nuestros hogares, siendo no salir de casa una solución frecuente para cualquier mal que nos aceche. 
Sin embargo, aproximadamente un mes después, vi otra publicidad del mismo producto en la cual un joven –tan jovial y agradable como la señorita del primer comercial- se había levantado plácidamente de su cama para realizar el íntimo ritual de lavarse los dientes por la mañana. ¿Qué pasó?, otra vez la arpía con título de odontóloga se apareció junto a su ejercito de periodistas cuestionando la higiene bucal del muchacho en su propia casa… ¡En su propio baño!
Yo no lo podía creer, no había escapatoria,  incluso encerrados en nuestros baños podíamos ser víctimas de esta secta maligna de dentistas invasivos.

Una de las principales tares de la publicidad es posicionar marcas, es decir, lograr que éstas ocupen un determinado lugar en la mente de los consumidores.
Lo que han logrado los publicistas con este comercial es reposicionar el concepto de dentista, que ya de por si es un concepto bastante temible. No obstante uno experimenta el terror odontológico cuando sabe que tiene que ir a un consultorio, si bien no deja de ser un terror, es un terror pre-incorporado. A diferencia de otras figuras también temibles como Drácula, Frankenstein, fantasmas o monstruos varios cuyos conceptos de terror son más intensos debido a la posibilidad de que se aparezcan en cualquier lugar, el dentista tenía un campo físico limitado para sembrar el pánico... hasta hoy. Ahora sabemos que pueden emerger mágicamente en probadores de ropa y baños familiares. Entonces me atrevo a decir que los publicistas han reposicionado al dentista logrando que ocupen el mismo lugar que Drácula, Frankenstein, fantasmas y monstruos varios en nuestras mentes. 

Personalmente pienso que los dentistas fueron la fuente de todos los males en mi vida, partiendo del hecho de que me pusieron ortodoncia en el periodo en el cual comencé la escuela secundaria. Hacerle eso a un adolescente es condenarlo a ser anti-social por el resto de los años de escuela, años fundamentales para el desarrollo de la personalidad y que en cierto modo determinan en gran parte el comportamiento que tendremos a lo largo de nuestras vidas.
En consecuencia si hoy usted se encuentra leyendo esto, es porque a los catorce años unos seres malvados me han llenado la boca de metal generándome cientos de inseguridades que hasta el día de hoy me hacen optar por los singulares placeres de la vida ermitaña. Cuando a uno le da fobia la idea de abrir la boca comienza a desarrollar suntuosamente el arte de la palabra escrita.

Así que, señoras y señores, tengan cuidado. En algún lugar de nuestros hogares, acechando y juzgándonos en función del empeño que le ponemos a nuestra higiene bucal están ellos, los dentistas sueltos, que arden en deseos maníacos de hacernos la gran pregunta: “Tus dientes, ¿están sanos?”.


domingo, 13 de marzo de 2011

Disonancias Cognitivas de la vida cotidiana

Primero vamos a ponernos en contexto:

El concepto de disonancia cognitiva, en Psicología, hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias, emociones y actitudes (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas. El concepto fue formulado por primera vez en 1957 por el psicólogo estadounidense Leon Festinger en su obra A theory of cognitive dissonance. (Gracias Wikipedia)

Saliendo del rumbo científico me di cuenta que diariamente uno se va enfrentando con disonancias cognitivas de índole trivial –casi, casi… banal-.

Descubrí mi primera disonancia cognitrivialitiva hace aproximadamente dos años con un alimento. Estando en la casa de una amiga me ofrecen unas papas fritas de copetín (marca Lays Resto) que supuestamente tenían gusto a pechuga de pollo al limón con hiebas –sí, todo eso-. Luego de refunfuñar y quejarme de la necesidad posmoderna de hacer de los alimentos algo vanguardista me dispuse a probar una –para poder refunfuñar y quejarme de la necesidad posmoderna de hacer de los alimentos algo vanguardista con conocimiento de causa-.

Lo que ocurrió a continuación fue algo muy fuerte y de lo cual nunca me olvidaré. Metí la papa frita en mi boca y automáticamente comencé a sentir que efectivamente me estaba comiendo una pechuga de pollo al limón con hierbas pero… ¡Con el formato de una papa frita!
Mi psiquis no entendía nada, la textura, la consistencia, el concepto. Me estoy comiendo una papa frita que tiene gusto a pollo, ¿Qué le pasa el mundo?

*Debo aclarar que gran parte de esta experiencia se debe a los señores trabajadores de la marca en cuestión, que han logrado ir más allá del saborizante y lograr un sabor sumamente fiel.

Volviendo a la anécdota, la amiga que me ofreció las papas me preguntó “¿Y, qué tal?”, a lo cual no pude hacer más que responder “Me estoy comiendo una disonancia cognitiva”. –Recomiendo imaginarse esta situación como el cuadro central de una película, musicalizada con Así habló Zaratustra de Wagner-.

El hecho es que justamente se generó una tensión en mi sistema de cogniciones por ser conciente simultáneamente de un comportamiento que entra en conflicto con mis creencias. Es decir, creía que me estaba comiendo una papa frita pero ésta se comportaba como un pollo –he aquí el punto donde hago de una teoría importante y mundialmente reconocida algo banal e insustancial-.
Sin embargo es un razonamiento completamente válido, uno constantemente va formando ideas y creencias sobre las cosas, especialmente cuando se trata de algo tan habitual como los alimentos. Romper con la estructura de un sabor que por años ha sido estereotipado de determinada forma en nuestra psiquis, es en cierto modo lidiar con dos cogniciones diferentes, la que traemos con nosotros y la que viene de afuera. Esto, damas y caballeros, no es nada más ni nada menos que una disonancia cognitiva hecha y derecha.

Luego de este revelador episodio fui sintiendo como mis sentidos habían sido transgredidos logrando así desarrollar mi capacidad de encontrarme con otras disonancias cognitivas. Una de las últimas fue la disonancia cognitiva del surtido dorado de Terrabusi –no me pregunten qué hacía en la casa de una persona que tenía un surtido dorado, que la gente decida comprar galletitas de vainilla es algo que escapa a mi capacidad de entendimiento-.
Aquí el problema de cogniciones fue algo netamente visual, estuve ante la presencia de anillitos amarillos y blancos que del otro lado eran de vainilla. Una vez más mi cerebro no entendía nada, uno crece observando anillitos amarillos y blancos que del otro lado son de chocolate, por lo tanto se fija la idea de que del otro lado de un anillito amarillo o blanco tiene que haber chocolate. Nuevamente fui victima del conflicto que genera ser conciente simultáneamente de dos cogniciones diferentes. A esta tensión debo sumarle la ira que me genera el hecho aberrante de que haya fabricado un surtido donde las galletitas que solían ser de chocolate sean de vainilla.

Y es entonces donde creo que sería conveniente explicar por qué no tuve tal disonancia con el surtido Terrabusi de chocolate. Verán, como buena y fiel amante del chocolate he desarrollado la capacidad de imaginarme todo –TODO- en versión chocolate. Por lo tanto cuando compré por primera vez el surtido Terrabusi de chocolate y estuve en presencia de los anillitos que podrían haber sido motivo de una disonancia –anillitos rosas y marrones que del otro lado son de chocolate- lejos de generarme conflictos psíquicos, sentí en carne propia el porvenir de una ilusión.

Luego de este relato a modo de presentación, resuelvo inaugurar una nueva sección en el blog, sección que claramente tratará sobre las diversas disonancias cognitivas que vaya experimentando día a día.

martes, 8 de marzo de 2011

Día de la mujer: pequeña reflexión y más postales psicoanalíticas

Resulta que hace tres años consecutivos que me indispongo justo en el día de la mujer. A veces no puedo terminar de creer cómo mi vida se esfuerza en generar situaciones simbólicas, digo, menstruación cual símbolo representativo de la mujer y todo tiene sentido.
Y en este día especial, en el cual me siento obesa, horrible, hinchada y desgraciada –justamente por ser mujer-, siempre hay algún sujeto que con toda la amabilidad y radiante buena onda universal me dice “Feliz día, mujer”, seguido de comentarios forros y mersas como “Gracias por ser la luz que concibe, por tu fragilidad y tu inmaculada –insert algún sustantivo femenino aleatorio-“.
Ay sí, no sabés lo frágil e inmaculada que me veo concibiendo unos kilos y rasqueteando un pote prácticamente vacío que solía tener medio kilo de helado mientras puteo por no haber comprado un kilo, CONCHUDO.

Bien, luego de esta serena y agradable reflexión me dispongo a mostrarles mis nuevas postales psicoanalíticas para el día de la mujer. Sintéticas y con un fondo acorde.
Sí, usted, hombrecito amable, ahórrese de recibir unas buenas puteadas y regálele alguna de estas postales a su compañera.




jueves, 24 de febrero de 2011

Postales Psicoanalíticas

Luego de tres meses sin encontrar trabajo, con un exceso de tiempo libre que me llevo a adoptar como pasatiempo construir miniaturas de edificios históricos con verduras al vapor, decidí animarme a más y formar mi propia PYME de postales psicoanalíticas para ocasiones especiales.
He aquí mi primer boceto: Postal del día de las madres de una hija a su madre.


Para sentirme menos peor

Hoy tuve que poner esta foto de fondo de pantalla en mi celular...


..sólo para no sentirme tan amorfa, blanda y sola cada vez que lo abro y los únicos mensajes que encuentro son de Movistar o de mi mamá.*



¿Acaso pensaron que en este blog todo iba a ser lírico, profundo e ingenioso?


*Quería profundizar un poco más en el tema del contenido de los mensajes.
Los del 444 me avisan que prácticamente ya no tengo crédito, ni siquiera me ofrecen emociones como alguna promoción o cianuro multimedia.
Los de mi mamá son avisos de llamadas perdidas que no atendí. Desde que me puso como número free odio existir.

domingo, 20 de febrero de 2011

Entre el falo y la pared


“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis.”

Sor Juana Inés de la Cruz

Cuántas veces las mujeres se han tenido que encontrar en la penosa situación de estar entre el falo y la pared. Y entonces tomar la injusta decisión de renunciar al hombre o acceder a un deseo que en nosotras no ha crecido aún lo suficiente.
Tanto para escapar de la situación como de la decisión una se ve en la obligación de hacer uso de la histeria.

domingo, 13 de febrero de 2011

Peripecias de una neurótica: C.D.D.


Cada vez que voy caminando por la calle y veo a una persona venir, de alguna forma u otra llego al punto en el que alguno de los dos debe cambiar de dirección para no chocarnos. Llámese dicha situación a partir de ahora: C.D.D. (Conflicto de Decisión Direccional).
Suele ser una situación genérica que a todos nos pasó alguna vez. A mi me pasa todo el tiempo, en todos los lugares, muchas veces, demasiadas.
Ayer fui un almacén que queda a cinco cuadras de mi casa y en el trayecto ida-vuelta tuve once C.D.D.
En un principio creía que no eran más que casualidades las severas cantidades de personas con las que me chocaba en la calle, hasta que empecé a entender que el problema era propio.
Básicamente hay dos cosas al respecto que me atormentan: Cómo llego a la situación de chocarme con una persona y qué hacer una vez que estamos frente a frente.
Cuando tengo a la persona con la cuál me chocaría a aproximadamente un metro de distancia ya me dan ganas de llorar y decirle: “No sé que hacer, no es mi culpa, yo sé que ahora tendría que decidir para que lado ir pero no puedo, no sé que hacer con la vida, las decisiones me generan muchos conflictos. Por favor señor extraño, decida por mi porque si no me va a estallar la psiquis ahora mismo y no lo quiero salpicar de neurosis.”
En vez de ponerme a relatar ese patológico monólogo trato de comportarme como una persona razonable y tomar la iniciativa de una decisión. Y es en ese momento donde me doy cuenta que el destino me odia, siempre termino tomando la misma dirección que esa otra persona también había decidido tomar. Ante un estímulo así la respuesta natural es correrse para la dirección contraria de la otra persona, pero cuando las dos personas nos corrimos desde un principio hacia el mismo lugar, correrse hacia la dirección contraria es en cierto modo correrse nuevamente hacia la misma dirección. Y el conflicto comienza a crecer. De pronto me convierto en el zig-zagueante espejo de un desconocido. La situación espejo me ha llegado a durar hasta seis cambios de dirección, lo cual es sumamente alarmante, desesperante -y gracioso para el que lo observa desde afuera-.
Una característica curiosa del C.D.D. es que en realidad uno nunca terminar de saber cómo logró salir del conflicto, es decir quién tomo la dirección definitiva. Esta persona es de algún modo el héroe de la situación.
En lo personal, me atrevo a decir que quedo tan angustiada que en vez de pensar quién fue el héroe me dan ganas de ponerme en posición fetal en medio de la calle.
Para un neurótico afrontar un C.D.D. es pasar por una circunstancia de cantidades industriales de desgaste psíquico que no finaliza hasta llegar a su hogar y no tener posibilidades de cruzarse con otras personas.
Uno de los factores más agravantes es vivir en una avenida. Hace unos años me mudé a una calle sumamente céntrica, comercios, paradas de colectivos, en definitiva gente por todos lados. Por lo tanto salir es un problema asegurado, soy consciente de que voy a tener varios C.D.D. y es así como empiezo a angustiarme incluso antes de pisar la calle.
Hay una variante de C.D.D. paranoico que ocurre cuando tenemos varios C.D.D. delante de las mismas personas. El otro día tuve dos C.D.D. en la misma vereda donde había gente esperando un colectivo. Un choque con una persona lo puede tener cualquiera, pero dos choques ya comienzan a ser problema de una sola persona. Claramente si "A" se choca con "B", y luego el mismo "A" se choca con otro "C", el resto del abecedario (en este caso gente esperando el colectivo) automáticamente deduce que el problema es de "A". Entonces "A" entra en un cuadro paranoico y comienza a pensar: "Esta gente desconocida sabe que tengo un problema, lo saben. Cuando suban al colectivo van murmurar entre ellos sobre la enferma que no podía decidir para que lado ir y van a aparecer en mis sueños todos apuntándome con sus dedos índices y riéndose de forma abstracta". Lo más trágico es que por pensar todo eso "A" se distrae y se choca con tres personas más mientras la gente de la parada realiza un riguroso debate para calificar las actitud de "A" como desorden psíquico o pelotudez.
Sin embargo lo que no puedo entender es por qué de alguna constante forma siempre me encuentro caminando en la misma línea de la persona que tengo en frente. A veces me abstraigo y trato de verme desde afuera mientras camino y recientemente descubrí que tengo una desarrollada tendencia a caminar en el medio de todo. Pero tan en el medio que parece que hubiera agarrado un metro y dejado iguales distancias de cada lado de la vereda (NO, TODAVÍA NO LLEGÚE A ESE GRADO DE NEUROSIS OBSESIVA). El hecho es que de ese modo es posible cruzarme con varias personas que vengan medianamente encaminadas por el medio de la vereda, y es entonces tanta la posibilidad de correrme hacia la derecha como de correrme hacia la izquierda. La idea de iguales posibilidades me desmorona, porque si al menos fuera caminando un centímetro hacia la izquierda tendría un centímetro de problema solucionado. Pero no, siempre camino exactamente en el medio, no hay dirección por la cual empezar a decidir a dónde correrme. A veces pienso que la solución sería caminar pegada a las paredes o haciendo equilibrio en el cordón de la calle.
En fin, básicamente este es uno de los tantos problemas que forman parte de mi cotidianeidad. Quizás debería comenzar a pensar que las personas con las que me choco ni se percatan del conflicto, que la gente de la parada del colectivo no va a tener posibilidades oníricas de aparecerse en mis sueños, que el Conflicto de Decisión Direccional podría ser una peculiar forma de llegar a mi lecho de muerte teniendo la consciencia tranquila de que viví una vida con muchas emociones.