domingo, 20 de marzo de 2011

¡Cuidado, dentista suelto!

Desde hace unos meses he notado esta creciente tendencia de publicidades de productos para el cuidado bucal con dentistas invasivos. Generalmente las publicidades testimoniales -en especial cuando tratan de un producto para la salud- hacen uso de un profesional que apoya y garantiza los beneficios del producto en cuestión. Y de más está decir que no hay profesional más sobrio y solemne que un doctor. Una cita de autoridad de un doctor es una cita sensata y respetable.

Una noche de primavera me encontraba en la cama mirando televisión mientras intentaba colmar mi nariz de Dexalergin cuando vi la primera de estas publicidades: Una señorita jovial y agradable estaba en un probador de ropa hasta que una muchedumbre de periodistas repletos de cámaras y micrófonos entran a gran velocidad liderados por una feroz dentista que le pregunta en tono brusco y voraz “¿Tus dientes están sanos?”. Acto seguido la señorita en cuestión no entendía nada, responde que cree que sí están limpios pero la dentista le hace notar que está equivocada, por lo tanto saca milagrosamente el producto de algún agujero negro invisible que levita por el probador, se lo entrega y todos se retiran con la misma violencia y rapidez con la que entraron. Voz en off del locutor anunciando la marca. Fin.

Bueno, ¿cuáles fueron los primeros pensamientos al respecto? Básicamente fue uno y es que me podría morir de un infarto si me llegara a pasar eso. Por empezar, ya de por si me genera conflictos el tema de los probadores. La simple voz de la vendedora a un metro de distancia de la cortina/puerta preguntándome cómo me queda la ropa me inquieta terriblemente. Ni hablar de cuando intentan pasarme otras prendas por arriba del probador, mi cabeza ve esa mano asomándose cual sombra del asesino de Psicosis en la ducha, sólo que en vez de un cuchillo tiene una remera. 
Aquí el problema puntual es la invasión. 
Si la amable empleada del local sin siquiera hacer acto de presencia en mi probador me provoca tal estrés imaginen lo que podría ser la sorpresiva aparición de esos periodistas junto a la dentista que encima cuestiona mi higiene bucal. Mientras no exista la teletransportación para mí la mejor forma de escapar de estos aprietos es la posición fetal.

Volviendo al hecho, me quedé varios días pensando en esta publicidad, evaluando con el ceño fruncido de atención cada vez que la repetían en alguna tanda. Me parecía un cortometraje de género terror, de hecho evité ir a comprar ropa por unas semanas tan sólo por no entrar a un probador. Por eso, como siempre afirmo, no hay lugar más seguro que nuestros hogares, siendo no salir de casa una solución frecuente para cualquier mal que nos aceche. 
Sin embargo, aproximadamente un mes después, vi otra publicidad del mismo producto en la cual un joven –tan jovial y agradable como la señorita del primer comercial- se había levantado plácidamente de su cama para realizar el íntimo ritual de lavarse los dientes por la mañana. ¿Qué pasó?, otra vez la arpía con título de odontóloga se apareció junto a su ejercito de periodistas cuestionando la higiene bucal del muchacho en su propia casa… ¡En su propio baño!
Yo no lo podía creer, no había escapatoria,  incluso encerrados en nuestros baños podíamos ser víctimas de esta secta maligna de dentistas invasivos.

Una de las principales tares de la publicidad es posicionar marcas, es decir, lograr que éstas ocupen un determinado lugar en la mente de los consumidores.
Lo que han logrado los publicistas con este comercial es reposicionar el concepto de dentista, que ya de por si es un concepto bastante temible. No obstante uno experimenta el terror odontológico cuando sabe que tiene que ir a un consultorio, si bien no deja de ser un terror, es un terror pre-incorporado. A diferencia de otras figuras también temibles como Drácula, Frankenstein, fantasmas o monstruos varios cuyos conceptos de terror son más intensos debido a la posibilidad de que se aparezcan en cualquier lugar, el dentista tenía un campo físico limitado para sembrar el pánico... hasta hoy. Ahora sabemos que pueden emerger mágicamente en probadores de ropa y baños familiares. Entonces me atrevo a decir que los publicistas han reposicionado al dentista logrando que ocupen el mismo lugar que Drácula, Frankenstein, fantasmas y monstruos varios en nuestras mentes. 

Personalmente pienso que los dentistas fueron la fuente de todos los males en mi vida, partiendo del hecho de que me pusieron ortodoncia en el periodo en el cual comencé la escuela secundaria. Hacerle eso a un adolescente es condenarlo a ser anti-social por el resto de los años de escuela, años fundamentales para el desarrollo de la personalidad y que en cierto modo determinan en gran parte el comportamiento que tendremos a lo largo de nuestras vidas.
En consecuencia si hoy usted se encuentra leyendo esto, es porque a los catorce años unos seres malvados me han llenado la boca de metal generándome cientos de inseguridades que hasta el día de hoy me hacen optar por los singulares placeres de la vida ermitaña. Cuando a uno le da fobia la idea de abrir la boca comienza a desarrollar suntuosamente el arte de la palabra escrita.

Así que, señoras y señores, tengan cuidado. En algún lugar de nuestros hogares, acechando y juzgándonos en función del empeño que le ponemos a nuestra higiene bucal están ellos, los dentistas sueltos, que arden en deseos maníacos de hacernos la gran pregunta: “Tus dientes, ¿están sanos?”.


domingo, 13 de marzo de 2011

Disonancias Cognitivas de la vida cotidiana

Primero vamos a ponernos en contexto:

El concepto de disonancia cognitiva, en Psicología, hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias, emociones y actitudes (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas. El concepto fue formulado por primera vez en 1957 por el psicólogo estadounidense Leon Festinger en su obra A theory of cognitive dissonance. (Gracias Wikipedia)

Saliendo del rumbo científico me di cuenta que diariamente uno se va enfrentando con disonancias cognitivas de índole trivial –casi, casi… banal-.

Descubrí mi primera disonancia cognitrivialitiva hace aproximadamente dos años con un alimento. Estando en la casa de una amiga me ofrecen unas papas fritas de copetín (marca Lays Resto) que supuestamente tenían gusto a pechuga de pollo al limón con hiebas –sí, todo eso-. Luego de refunfuñar y quejarme de la necesidad posmoderna de hacer de los alimentos algo vanguardista me dispuse a probar una –para poder refunfuñar y quejarme de la necesidad posmoderna de hacer de los alimentos algo vanguardista con conocimiento de causa-.

Lo que ocurrió a continuación fue algo muy fuerte y de lo cual nunca me olvidaré. Metí la papa frita en mi boca y automáticamente comencé a sentir que efectivamente me estaba comiendo una pechuga de pollo al limón con hierbas pero… ¡Con el formato de una papa frita!
Mi psiquis no entendía nada, la textura, la consistencia, el concepto. Me estoy comiendo una papa frita que tiene gusto a pollo, ¿Qué le pasa el mundo?

*Debo aclarar que gran parte de esta experiencia se debe a los señores trabajadores de la marca en cuestión, que han logrado ir más allá del saborizante y lograr un sabor sumamente fiel.

Volviendo a la anécdota, la amiga que me ofreció las papas me preguntó “¿Y, qué tal?”, a lo cual no pude hacer más que responder “Me estoy comiendo una disonancia cognitiva”. –Recomiendo imaginarse esta situación como el cuadro central de una película, musicalizada con Así habló Zaratustra de Wagner-.

El hecho es que justamente se generó una tensión en mi sistema de cogniciones por ser conciente simultáneamente de un comportamiento que entra en conflicto con mis creencias. Es decir, creía que me estaba comiendo una papa frita pero ésta se comportaba como un pollo –he aquí el punto donde hago de una teoría importante y mundialmente reconocida algo banal e insustancial-.
Sin embargo es un razonamiento completamente válido, uno constantemente va formando ideas y creencias sobre las cosas, especialmente cuando se trata de algo tan habitual como los alimentos. Romper con la estructura de un sabor que por años ha sido estereotipado de determinada forma en nuestra psiquis, es en cierto modo lidiar con dos cogniciones diferentes, la que traemos con nosotros y la que viene de afuera. Esto, damas y caballeros, no es nada más ni nada menos que una disonancia cognitiva hecha y derecha.

Luego de este revelador episodio fui sintiendo como mis sentidos habían sido transgredidos logrando así desarrollar mi capacidad de encontrarme con otras disonancias cognitivas. Una de las últimas fue la disonancia cognitiva del surtido dorado de Terrabusi –no me pregunten qué hacía en la casa de una persona que tenía un surtido dorado, que la gente decida comprar galletitas de vainilla es algo que escapa a mi capacidad de entendimiento-.
Aquí el problema de cogniciones fue algo netamente visual, estuve ante la presencia de anillitos amarillos y blancos que del otro lado eran de vainilla. Una vez más mi cerebro no entendía nada, uno crece observando anillitos amarillos y blancos que del otro lado son de chocolate, por lo tanto se fija la idea de que del otro lado de un anillito amarillo o blanco tiene que haber chocolate. Nuevamente fui victima del conflicto que genera ser conciente simultáneamente de dos cogniciones diferentes. A esta tensión debo sumarle la ira que me genera el hecho aberrante de que haya fabricado un surtido donde las galletitas que solían ser de chocolate sean de vainilla.

Y es entonces donde creo que sería conveniente explicar por qué no tuve tal disonancia con el surtido Terrabusi de chocolate. Verán, como buena y fiel amante del chocolate he desarrollado la capacidad de imaginarme todo –TODO- en versión chocolate. Por lo tanto cuando compré por primera vez el surtido Terrabusi de chocolate y estuve en presencia de los anillitos que podrían haber sido motivo de una disonancia –anillitos rosas y marrones que del otro lado son de chocolate- lejos de generarme conflictos psíquicos, sentí en carne propia el porvenir de una ilusión.

Luego de este relato a modo de presentación, resuelvo inaugurar una nueva sección en el blog, sección que claramente tratará sobre las diversas disonancias cognitivas que vaya experimentando día a día.

martes, 8 de marzo de 2011

Día de la mujer: pequeña reflexión y más postales psicoanalíticas

Resulta que hace tres años consecutivos que me indispongo justo en el día de la mujer. A veces no puedo terminar de creer cómo mi vida se esfuerza en generar situaciones simbólicas, digo, menstruación cual símbolo representativo de la mujer y todo tiene sentido.
Y en este día especial, en el cual me siento obesa, horrible, hinchada y desgraciada –justamente por ser mujer-, siempre hay algún sujeto que con toda la amabilidad y radiante buena onda universal me dice “Feliz día, mujer”, seguido de comentarios forros y mersas como “Gracias por ser la luz que concibe, por tu fragilidad y tu inmaculada –insert algún sustantivo femenino aleatorio-“.
Ay sí, no sabés lo frágil e inmaculada que me veo concibiendo unos kilos y rasqueteando un pote prácticamente vacío que solía tener medio kilo de helado mientras puteo por no haber comprado un kilo, CONCHUDO.

Bien, luego de esta serena y agradable reflexión me dispongo a mostrarles mis nuevas postales psicoanalíticas para el día de la mujer. Sintéticas y con un fondo acorde.
Sí, usted, hombrecito amable, ahórrese de recibir unas buenas puteadas y regálele alguna de estas postales a su compañera.