viernes, 25 de noviembre de 2011

Crónica de un examen pre ocupacional

De todos los inconvenientes psíquicos que me azotan día a día cabe destacar mi fobia a los asuntos médicos (debido a una negación con la mortalidad y el cuerpo humano) y una desarrollada fobia a las agujas. Ambos inconvenientes se tornan sinérgicos a la hora de un análisis de sangre, y es por eso que desde hace años evito tal situación.

Hoy me tocó hacer un examen pre ocupacional y por lo tanto tuve que enfrentarme con mis terrores supremos. Todo comenzó ayer cuando me dijeron que quedé seleccionada para el puesto y que mañana mismo debía hacerme el pre ocupacional. Lo bueno de la noticia fue que en su repentina manifestación no tuve tiempo de estar días angustiándome por la sacada de sangre y todo los cientos de temores que implica. 
Sin embargo, a principio de año, me realizaron otro examen pre ocupacional que me dejó menos traumatizada de lo que pensaba. Recuerdo que ese examen sí fue anunciado con anticipación y que pasé noches enteras sumida en un ataque de nervios -sin mencionar la noche previa en la cual cené temprano debido a las horas de ayuno y le pedí a mis padres que por las dudas hiciéramos una parodia de la última cena-.

Volviendo al presente, hoy desperté con cierto malestar debido al porvenir del análisis. Y este malestar era un malestar diferente al de la primera vez. Sentía terror por la sacada de sangre, pero era un terror amargo y sin emociones. Luego entendí que al tener el recuerdo fresco del último análisis, al cual evidentemente sobreviví, había perdido la expectativa vertiginosa de creer que iba a morir cuando me clavaran la aguja. Es decir, iba a pasar por una situación horrible en la cual ni siquiera podría sentir la adrenalina de la tragedia y la muerte.

Una vez en la empresa me hacen llenar unas hojas interminables sobre las enfermedades que pude haber tenido a lo largo mi vida. Entre las opciones de índole psicológica se encontraban nerviosismo, pesadillas y fobias. Con toda diplomacia me desentendí del asunto, aunque si hubiera encontrado un casillero con "Angustia Existencial" seguramente lo tildaba.
Acto seguido me dan el frasquito para el análisis de orina  y me dicen que una vez finiquitado el asunto lo deje en un estante junto a los otros. Automáticamente comencé a experimentar una desesperante invasión a la privacidad. Me preguntaba ¿Por qué tengo que dejar a la deriva algo tan íntimo como mi pis? En mi cabeza esta situación está al mismo nivel de una Idishe Mame revisando cajones. Me sentí mancillada e inicié el proceso de angustia.

Me senté en la sala de espera, saqué la biografía de Dostoievski de la cartera y me puse a leer el capítulo del exilio en Siberia para sentir que otros han pasado por situaciones peores. Más tarde empecé a confabular cuál de todos los consultorios sería el de análisis de sangre. Advertí que la gente del consultorio cuatro salía con una bandita en el brazo y que por lo tanto ésa debía ser la sala de torturas. En consecuencia comencé a prestar atención a la extraccionista cada vez que llamaba a alguien, quería saber quién sería mi verdugo. Estaba plenamente concentrada en ese avistaje hasta que un muchacho se aparece a mi derecha gritando "D'Angelo". Lo sigo y al entrar a la sala me dice que cuelgue mis cosas y apoye el brazo en la silla.

Mi cerebro explotó.

Evidentemente era otro extraccionista que había llegado a mi vida sin avisar. Estaba desesperada, tanta libido desplazada a la idea de determinado consultorio y determinada persona para nada. No tuve tiempo de prepararme psíquicamente y mis nervios estaban indomables. El sujeto en cuestión percibió mi inquietud y me dijo que me calme, respire profundo y que por todas las entidades sagradas del universo ni se me ocurra mirar la aguja. Me puso la gomita para presionar, me deslizo el algodón con alcohol y la cantidad de cosas que iban sucediendo en mi brazo eran inversamente proporcionales a mi presión arterial.

Cerré los ojos, apreté el puño y el verdugo dio pasó a su gracia. Extrañamente fue una extracción notablemente más extensa que la de la primera vez. Pasé unos segundos horribles en los cuales estaba despertando de mi profundo espanto y aun tenía la aguja clavada en la vena.
Cuando creí que los vestigios de la primera explosión de mi cerebro también iban a explotar el muchacho retiró la aguja y rápidamente me colocó la bandita con algodón. Me dijo que la sostuviera por un minuto y que trate de no levantar cosas pesadas por otros cinco minutos más.

Salí del consultorio con el brazo completamente rígido presionando esa bandita como si el mundo entero pudiera escaparse de mi vena. Asimismo no quería que nada me rozara el brazo por lo que fui acercándome a mi silla tratando de mantener un radio de distancia excesivamente prudente con cualquier objeto o ser humano.
Me senté, respiré y me dejé llevar por la embriagadora sensación posterior a un ataque de pánico. Intenté continuar con el exilio en Siberia pero al mover el brazo para sacar el libro de la cartera se desestabilizó algo en el eje de toda mi salud. Empecé a experimentar ese característico ardor en la nuca que no es nada más ni nada menos que un bajón de presión en plena libertad de expresión. Traté de incorporarme y de salir de la sala a fin de ir a un quiosco a comprar algo con azúcar cuando al bajar las escaleras los mareos comenzaron  a incrementarse. Me senté en un escalón pensando que salir a la calle en ese estado podría ser suicida y que lo mejor sería volver arriba con los médicos.

Entonces me levanté de las escaleras y naturalmente desmayé.

La inconciencia fue muy breve, enseguida apareció un enfermero para ayudarme, el cual en mi desentendimiento con la realidad no era más que un duende mágico que me hizo levitar hasta una camilla.
Una vez arriba devoré un sobre de azúcar como si fuera el Santo Grial en polvo, y junto al aire acondicionado y la cercanía de los médicos pude volver al mundo real.

Ya recuperada me tocó hacer el electrocardiograma y la toma de presión. Entonces los vestigios de los vestigios de mi cerebro explotaron una vez más debido a los pésimos resultados que arrojarían tales estudios en mi estado. Le comenté la situación a la doctora y respondió que no habría ningún problema, hasta que saca el aparato para tomar la presión y... me lo pone en el brazo de la extracción. 
EN EL BRAZO DE LA EXTRACCIÓN. EN ESE BRAZO. ÉSE.

Ya no me quedaban vestigios de cerebro por hacer explotar, sólo sentí que mi cuerpo entero, y en especial mi brazo, entraría en combustión espontánea. Tanto esfuerzo y constancia sosteniéndome la bandita y cuidando que ninguna entidad me roce el brazo para que ahora me coloquen una bomba del tiempo.
Superada por el destino simplemente entregué mi brazo al averno y me dispuse a sufrir en silencio. Mas luego llegó el momento del electrocardiograma que dadas las emociones violentas recientemente experimentadas parecía imprimir una vorágine de zig zags frenéticos.

Mi acogedora estadía terminó con el examen médico general, el cual consistía en diversas preguntas sobre mis hábitos de vida y un vistazo general a mi cuerpo. Estaba tan exhausta que realmente me cuesta recordar lo que respondí. Sólo quería irme a casa para morirme sola y llena de gatos y no en un consultorio.


Finalizada la tortura salí de la empresa y mi cerebro y yo comenzamos a sentirnos súbitamente mejor. Solamente había un problema: La bandita.
Subí al 45 protegiendo mi brazo cual reliquia milenaria y me senté sola en el fondo evitando cualquier contacto. Traté de seguir con la lectura del exilio en Siberia y cabe destacar lo tedioso que es leer un libro con una sola mano.

Por fin llegué a casa y en las seguridades de mi hogar comencé a sentir la confianza para mover el brazo nuevamente. Unas horas más tarde ya nada de todo esto parecía afectarme excepto por el hecho de...REMOVER LA BANDITA (léase con letras sangrientas).

Y aquí estoy señores, haciéndome a la idea de tener esta bandita por el resto de mi vida. Imaginando bodas y nacimientos con su eterna presencia. Y es que prefiero ser enterrada con ella antes de animarme a removerla.



  

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El mejor amor

Una vez me enamoré de un artista. Luego conocí al hombre y también me enamoré de él.

El destino parece injusto y sin embargo es prudente: debía elegir. Sacrificar al artista y quedarme con el hombre o negar al hombre para seguir amando al artista.  
Pero los límites escapan a la naturaleza del amor y fui demasiado ambiciosa. Decidí amar a los dos. Y es que algunos placeres inevitablemente son mundanos, y aunque primero haya sido embelesada por el artista no pude conformarme amando únicamente lo abstracto. Necesité amar también al hombre, y por conseguir su amor aposté lo más valioso: su arte.

Aún no puedo distinguir si está el hombre y detrás el artista o el artista y detrás el hombre.  Nunca sabré si lo amo por ser la encarnación de su arte o el creador. Sólo sé que ambos son uno, y por ése siento el mejor amor.

La realidad se convierte en poesía y la poesía se hace realidad.  Y me deslumbra saber y sentir, que sus manos acarician las teclas de un piano y mi piel, que sus palabras invaden las hojas de un libro y mi mente, que su esencia de artista se apodera de mi alma y no es sólo una evocación, porque el hombre que habita en este mundo tiene un rostro y un nombre.  

Amo al hombre y al artista. Y aunque el hombre es efímero será su arte inmortal…  y mi condena: Ser prisionera de esa inmortalidad y amarlo eternamente.





lunes, 7 de noviembre de 2011

Neuras Nuevas

La reina de lo simbólico finalizó su carrera universitaria y fue despedida de su trabajo en menos de 24 hs.
Con mi rutina laboral y académica desmoronada soy la materialización de la angustia existencial. Vayamos a la historia.

Empecé a trabajar en marzo y dados mis vertiginosos ascensos comencé a sentirme el protagonista de American Psycho. Desplacé por completo mi accionar introspectivo y me entregué a un frenesí de lecturas de catálogos de Farmacity al son del último CD de Lady Gaga. No voy a negarlo, fui muy feliz viviendo unos meses en la insoportable levedad del ser. Estaba fascinada con el dinero, el ámbito empresarial y el embriagador placer de los gastos inútiles -en especial si consistían en algo de leopardo-. Sin embargo no pude pasar mucho más tiempo en esa atmósfera digna del ser y la nada,  mi proclividad existencial es tan genuina que llevar una vida así me generaba una verdadera inconsistencia interna. Poco a poco comencé a cambiar la lista de reproducción de Lady Gaga del mp3 por Chopin y Liszt -y ni hablar de cuando se sumó Silvio Rodríguez-. Asimismo  dejé los catálogos de Farmacity por Camus y Proust, entonces mi hora de viaje para llegar al trabajo se convirtió en el existencia-hour del transporte público. Entraba a la empresa con una angustia insuperable, no había forma de concentrarme en el marketing cuando hay tantas otras cosas más valiosas en el mundo. ¿Cómo puedo generar una estrategia de ventas cuando la vida es un rumbo incierto y fugaz? ¿Cómo voy a llegar a un cliente si no puedo alcanzar la verdad absoluta que es el eje de mi existencia toda?

Este renacimiento introspectivo comenzó a hacerse notar cuando mi jefe pasaba por al lado de mi computadora  y tenía que minimizar súbitamente la ventana con fragmentos de Sartre para abrir el sistema de base de datos. O también cuando me encerraba en el baño durante largos minutos a escribir sonetos y reflexionar sobre el sentido de la vida. Es entendible que al haber pasado un tiempo reprimiendo mi esencia ésta termine desbordándose.  

He llegado a pasar unas semanas en el vórtice de la locura, mi angustia ante el universo y trabajar en marketing eran conceptos incompatibles. Debía encontrar el equilibrio o de lo contrario sacrificar la actividad laboral o el temperamento introspectivo.  Buscando una solución a tal encrucijada comencé a tomar conciencia de que en unas pocas semanas terminaría mi carrera y que por lo tanto tendría suficiente tiempo libre para empezar a realizar actividades que alimenten mi ser anacoreta. Entonces de 14 a 19 hs. podría ser una yuppie, y luego de las 19 dedicarme a cultivar mi espíritu. Era un plan perfecto.

Con aires de grandeza y entusiasmo se acercaba la última semana de facultad. Para entonces ya había estado proyectando distintas tertulias introspectivas para mi nuevo tiempo libre y poco a poco dejaba de sentir ese malestar cuando tenía que estar en la empresa.
 Y por fin llega el jueves 3 de noviembre, último día en el que debía asistir a la Universidad. Caminé melancólicamente por la Plaza Dorrego de San Telmo, la cual fue mi bello refugio en cuatro años de recreos solitarios, me detuve en un puesto de libros antiguos y compre una edición de poemas de Ruben Darío como el cierre más lírico y simbólico a esta etapa de mi vida.
De vuelta en el 45, lloriqueando al ritmo de “La juventud se va” de Sandro, pensaba que si bien terminar una carrera es un motivo de alegría no podía dejar de sentirme melancólica y desorientada al respecto. El estudio es de los hechos más trascendentales de la vida y uno siempre fue siguiendo una línea estructurada desde jardín, escuela primaria, secundaria, Universidad y… ¿ahora qué? Todavía no lo sé, seguramente es tiempo de volcar todos estos años de estudio para forjar una majestuosa carrera profesional.

Y así al otro día desperté, luego de un sueño reparador, proyectando toda mi libido en el trabajo. Con un ímpetu resplandeciente y vigoroso llego a la empresa con más ganas trabajar que nunca, y a que no saben qué pasó: Me despidieron. Recorte de personal, nada personal, fue todo en perfecta y absoluta armonía.

Ahora sí, ¿ahora qué?


En este sencillo y emotivo acto reinauguro mi blog. Están todos invitados a leer las peripecias existenciales que me invaden día a día y que, sin trabajo y sin facultad, se intensificarán hasta el más absurdo y surrealista de los límites.