lunes, 7 de noviembre de 2011

Neuras Nuevas

La reina de lo simbólico finalizó su carrera universitaria y fue despedida de su trabajo en menos de 24 hs.
Con mi rutina laboral y académica desmoronada soy la materialización de la angustia existencial. Vayamos a la historia.

Empecé a trabajar en marzo y dados mis vertiginosos ascensos comencé a sentirme el protagonista de American Psycho. Desplacé por completo mi accionar introspectivo y me entregué a un frenesí de lecturas de catálogos de Farmacity al son del último CD de Lady Gaga. No voy a negarlo, fui muy feliz viviendo unos meses en la insoportable levedad del ser. Estaba fascinada con el dinero, el ámbito empresarial y el embriagador placer de los gastos inútiles -en especial si consistían en algo de leopardo-. Sin embargo no pude pasar mucho más tiempo en esa atmósfera digna del ser y la nada,  mi proclividad existencial es tan genuina que llevar una vida así me generaba una verdadera inconsistencia interna. Poco a poco comencé a cambiar la lista de reproducción de Lady Gaga del mp3 por Chopin y Liszt -y ni hablar de cuando se sumó Silvio Rodríguez-. Asimismo  dejé los catálogos de Farmacity por Camus y Proust, entonces mi hora de viaje para llegar al trabajo se convirtió en el existencia-hour del transporte público. Entraba a la empresa con una angustia insuperable, no había forma de concentrarme en el marketing cuando hay tantas otras cosas más valiosas en el mundo. ¿Cómo puedo generar una estrategia de ventas cuando la vida es un rumbo incierto y fugaz? ¿Cómo voy a llegar a un cliente si no puedo alcanzar la verdad absoluta que es el eje de mi existencia toda?

Este renacimiento introspectivo comenzó a hacerse notar cuando mi jefe pasaba por al lado de mi computadora  y tenía que minimizar súbitamente la ventana con fragmentos de Sartre para abrir el sistema de base de datos. O también cuando me encerraba en el baño durante largos minutos a escribir sonetos y reflexionar sobre el sentido de la vida. Es entendible que al haber pasado un tiempo reprimiendo mi esencia ésta termine desbordándose.  

He llegado a pasar unas semanas en el vórtice de la locura, mi angustia ante el universo y trabajar en marketing eran conceptos incompatibles. Debía encontrar el equilibrio o de lo contrario sacrificar la actividad laboral o el temperamento introspectivo.  Buscando una solución a tal encrucijada comencé a tomar conciencia de que en unas pocas semanas terminaría mi carrera y que por lo tanto tendría suficiente tiempo libre para empezar a realizar actividades que alimenten mi ser anacoreta. Entonces de 14 a 19 hs. podría ser una yuppie, y luego de las 19 dedicarme a cultivar mi espíritu. Era un plan perfecto.

Con aires de grandeza y entusiasmo se acercaba la última semana de facultad. Para entonces ya había estado proyectando distintas tertulias introspectivas para mi nuevo tiempo libre y poco a poco dejaba de sentir ese malestar cuando tenía que estar en la empresa.
 Y por fin llega el jueves 3 de noviembre, último día en el que debía asistir a la Universidad. Caminé melancólicamente por la Plaza Dorrego de San Telmo, la cual fue mi bello refugio en cuatro años de recreos solitarios, me detuve en un puesto de libros antiguos y compre una edición de poemas de Ruben Darío como el cierre más lírico y simbólico a esta etapa de mi vida.
De vuelta en el 45, lloriqueando al ritmo de “La juventud se va” de Sandro, pensaba que si bien terminar una carrera es un motivo de alegría no podía dejar de sentirme melancólica y desorientada al respecto. El estudio es de los hechos más trascendentales de la vida y uno siempre fue siguiendo una línea estructurada desde jardín, escuela primaria, secundaria, Universidad y… ¿ahora qué? Todavía no lo sé, seguramente es tiempo de volcar todos estos años de estudio para forjar una majestuosa carrera profesional.

Y así al otro día desperté, luego de un sueño reparador, proyectando toda mi libido en el trabajo. Con un ímpetu resplandeciente y vigoroso llego a la empresa con más ganas trabajar que nunca, y a que no saben qué pasó: Me despidieron. Recorte de personal, nada personal, fue todo en perfecta y absoluta armonía.

Ahora sí, ¿ahora qué?


En este sencillo y emotivo acto reinauguro mi blog. Están todos invitados a leer las peripecias existenciales que me invaden día a día y que, sin trabajo y sin facultad, se intensificarán hasta el más absurdo y surrealista de los límites.

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