lunes, 30 de abril de 2012

Sobre el primer Día Internacional del Jazz (y las asociaciones libres)

http://www.unesco.org/new/es/unesco/events/prizes-and-celebrations/celebrations/international-days/international-jazz-day/

Pero simplemente voy a usarlo de excusa para exteriorizar lo imprescindible que es el jazz en lo que a mi vida respecta. La música de la exquisita levedad del ser.

 Cuando tenía muy pocos años me fascinaban los títulos de las películas de Woody Allen, no sólo por la estética constante y minimalista, si no por las fantásticas canciones con los que eran acompañados. Más adulta comencé a incorporar el jazz a mi cotidianeidad, exento de letritas blancas, y el resultado fue la creación de algo así como una atmósfera “desdramatizadora” de tragedias.

A modo de antítesis del cello en mi menor de la banda sonora de La lista de Schindler, el cual posee la insuperable capacidad de consternar hasta la más alegre de la circunstancias, la cinética desestructurada del jazz lleva a percibir la tragedia con otro sabor. Y cuando digo desdramatizar no me refiero a la simple y espontánea generación de felicidad y optimismo ante el desastre eminente, sino a la sensación de experimentar la tragedia desde un lugar distinto a la angustia y el llanto. Experimentarla, gozarla y apreciarla desde el cinismo y la amargura. Emociones que se destacan más por opacas que por desaforadas.

Ciertamente (lamentablemente), la vida no es el vórtice tenaz de pasiones desenfrenadas que a uno le gustaría que sea. Si acaso fuera así jamás nos hastiaríamos de nada, pues estaríamos demasiado ocupados sufriendo y gozando por todo, y entonces la vida tendría sentido por la mera exacerbación de emociones. Pero la vida, señores, carece del sentido sólido y grandilocuente que se espera (desea) que tenga.

En realidad no hay un sentido que exceda al esporádico disfrute de momentos que, por su azarosa conjunción de elementos, ni siquiera podemos darnos el gusto de provocar deliberadamente. Y paradójicamente a todas estas grandilocuencias, exacerbaciones, vórtices y etcéteras ampulosos, en ese supuesto acercamiento al sentido de la vida, el sentido mismo radica en no necesitar de más nada, al menos en esa milésima de segundo que generalmente dura el sentido en cuestión. 

El sentido es tan fugaz e impreciso, tan casual e imprevisto, que entretanto no hay mejor desenlace posible que saborear el desatino con algún jazz sonando de fondo...





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