De mis
pies el asfalto es transeúnte. Los árboles corren hacia los parques para no
chocarme y las casas se agrupan en hileras deslizándose constantes sobre una
línea recta. Las puertas aletean y las sillas me derriban tomándome casi
siempre por la espalda. Desde el piano las teclas brincan y empujan mis dedos. El
poema se escurre entre mis manos. Los almohadones dormitan bajo mi cabeza.
Hasta
mi boca se acercan copas y se vuelcan. Y contra esa misma boca otros labios
rebotan lentamente derramado su pecaminosidad. El aire me persigue impetuoso y me
penetra. Todo el tiempo. Me invaden los gustos, los caprichos y el carácter. Me acosan las decisiones y las preferencias. No
dejan de mirarme los espejos y hasta la hora se fija en mí. Pero hay un rostro deambulándome
los ojos.
Y
mientras recorro el azar
me recorre la vida.
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