sábado, 26 de mayo de 2012

Impune



No pude parar de cazar murciéfalos. Al principio era un pasatiempo, sólo eso. Los atrapaba y los liberaba. Con cuidado y sin lastimarlos. Prolija y metódica, me limitaba a la cacería en albergues murciefalarios y demás recintos exclusivos para esta clase de esparcimientos. De a poco, no sé cómo, empecé a cazar en museos, universidades y heladerías. Cuando me di cuenta estaba cazando murciéfalos en cualquier lugar y sin reparo alguno. Pero lo peor era la forma en que los torturaba: Les mostraba un paraíso y luego les rompía las alas para que no pudieran entrar. 

Un día me agarró la policía. Se me acusó de alterar el orden púdico y conforme a eso me sometieron a un juicio. Enseguida llamé a mi abogado, y al parecer se le dificultaba llegar hasta el juzgado con las alas rotas. Entonces me presenté indefensa ante el tribunal, e intenté cazarlos a todos. Al público, al juez, a los testigos y al jurado. Pero en el clímax de la cacería perdí el juicio, y los pocos librevivientes de la corte aprovecharon para dar su veredicto: 
Me declararon psicógata… y me dejaron ir.  


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